jueves, 26 de mayo de 2011

Nadie es realmente libre

A lo lejos podía ver la llanura seca, alta y amarilla.
Del sol tenía una fractura en el paso, que de inconcuso a impreciso le bastó un escaso recorrido.
“No son trotes para su edad” - le decían
Pero al final de la vida, cuando la carne es flácida y la sangre espesa, el espíritu está más vivo que nunca.
¿Quién se atreve a frenar el deseo más grande?
Además, jamás es demasiado tarde o se es demasiado viejo para partir en búsqueda de la libertad.
La libertad que él hallaba en el horizonte inalcanzable, y que lo motivaba a dar hasta el último aliento por lo que quería; es inexorablemente el norte más difícil… y sin embargo, con el mayor temple del que era capaz, emprendió la marcha a ningún lugar, donde creía que iba a encontrar su nuevo premio.
Pero, ya tendido sobre la tierra, la firmeza en su cuerpo era desproporcional a la de su causa.
Apenas podía sentirse vestido. Apenas y entendía lo que sucedía.
Decidió dejarse morir, porque su cuerpo cansado, sediento y adolorido le imploraba detenerse de una buena vez y para siempre.
Cerró los ojos, apagando la luz de su último día en la tierra y no los abrió más.
Y en ese exactísimo momento, cuando se está pasando de un plano a otro, entonces lo entendió:
En vida, jamás será lo suficientemente libre. Ni él, ni nadie. Se rindió porque su cuerpo es débil. Y el cuerpo le aprisionaba el alma impotente que buscaba salir de su encierro.
La llama que encendía sus ganas de no ser un igual, se limitaba al castigo de estar vivo.
¡Qué tragedia! – decían aquí
Verdadera tragedia que es la vida.
Ríndete a la existencia, lo bueno está al soplido de la muerte.

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